En primer lugar, volveremos a ver por las calles de nuestro pueblo a los muy añorados judíos que venían participando en el cortejo procesional hasta 1989 acompañando al Santísimo Cristo Yacente. Volverán así a sonar sus tradicionales tambores destemplados como compañía fúnebre del Sepulcro, ataviados con hábito negro y el rostro cubierto.
Por otro lado, se recuperará un escuadrón de armaos romanos como consta documentalmente que participaban en el cortejo en el siglo XVIII. Encarnarán a los romanos cuya indumentaria se inspira en la de los modelos de armaos anacrónicos de los desfiles cofradieros de los siglos XVIII y XIX. La hermandad de la Soledad ha anunciado que los atuendos “se compone de túnica corta granate guarnecida, cíngulo y mantolín de terciopelo negro también guarnecido terciado al hombro, llevan cascos con plumas y sandalias de cuero; portaran el Senatus, lanzas y escudos”.
Muy interesante será también contemplar el próximo Viernes Santo el pelotón de honor de los nueve Coros y Jerarquías Angélicas, presidido por San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia Celestial. Éstos serán encarnados por niños cuyos atuendos consisten en “una túnica alba corta guarnecida y sobre ella un escapulario a modo de dalmática de terciopelo festonado de oro con distintos colores alegóricos, llevan alas y calzan sandalias con medias y la cabeza se adornan con una diadema dorada con un florón de plumas negras”, afirma la hermandad. San Miguel portará “la bandera de Cristo abatida, realizada en tafetán con una cruz granate, lleva escudo, coraza, banda y manto como capitán de las milicias celestiales”. Tras San Miguel desfilarán los nueve niños que representan a los nueve príncipes de los coros celestiales divididos en tres grupos de tres, representando las tres jerarquías. La primera, la más cercana a Dios, serafines, querubines y los tronos, cada uno representado por un color en su dalmática y por un atributo. Los serafines con dalmática roja y portando un cirio, representan el amor divino; los querubines con dalmática azul, portan las sagradas escrituras y representan la sabiduría divina; y los tronos visten de verde, portan una balanza y simbolizan la justicia divina. La segunda jerarquía está formada por las dominaciones, virtudes y potestades. Las dominaciones visten de oro portan un orbe coronado por la cruz y representan la majestad soberana de Dios. Las virtudes representan la fortaleza divina, visten de morado, portan una corona de laurel y representan la fortaleza divina; y las potestades visten de gris plata, portan una espada y representan la omnipotencia de Dios.
Y la tercera jerarquía, más cercana a los hombres es la que forma principados, arcángeles y ángeles. Los principados visten de púrpura, portan un centro y representan la belleza divina. Los arcángeles visten de celeste, portan una palma y representan la misericordia de Dios; y los ángeles visten de rosa, portan una rama de olivo y representan la providencia.
La Hermandad ha señalado que la presencia de los ángeles en la procesión está documentada en el siglo XVIII y, además del Viernes Santo, formaron parte de la magna procesión de traslación de Nuestra Señora a su Santuario el 23 de febrero de 1794.
Y por último, también podremos ver de nuevo en la procesión del Santo Entierro a los “pediores” o demandantes, hermanos que con tazas de plata en las manos iban delante de la cofradía pidiendo limosnas para el sustento de la corporación, a los que se hace referencia a lo largo del siglo XVIII en numerosas ocasiones en el archivo de la Hermandad. En este caso volverán a salir, aunque de forma simbólica, separando los primeros tramos del cortejo y portando antiguas bandejas de plata.
La Hermandad de la Soledad ha informado que los ropajes de las figuras alegóricas han sido confeccionados de forma desinteresada por un numeroso grupo de modistas cantillaneras. Gracias al esfuerzo de la Junta de Gobierno y a los voluntarios que han venido participando en la configuración del cortejo, Cantillana disfrutará de una solemne y luctuosa procesión del Santo Entierro que evocará a tiempos a donde la memoria nadie alcanza.



