La Soledad, para el cantillanero, significa tantas cosas, que sería impensable intentar abarcarlas todas en unos renglones, por no decir imposible. Es por ese motivo que, en estas líneas, intentaré humildemente recoger aquello que nuestra Patrona significa para mí, una cantillanera por la que apenas pasan veinticinco cuaresmas.
Soledad significa el andar titubeante de una niña que, de la mano de su abuela paterna, subía la esplanada que lleva a ver a nuestra Madre. Ella, mi abuela, es la que hizo que mi amor hacia la Virgen cada vez fuera más grande y, de su mano, di mis primeros pasos por esa ermita que hoy visito tanto. Con ella dibujé por primera vez el recorrido de esa cruz de mármol gastada por el tiempo de la pila de agua bendita. Con ella aprendí que, antes de santiguarse ante la Virgen, había que hacerlo hacia la izquierda, donde estaba el Santísimo. Ella fue la que me explicó que al demonio no había que tenerle miedo, porque el Arcángel San Miguel no le dejaría hacer daño a nadie. Ella fue la que me explicó que el Cristo de la Agonía era muy milagroso y traía el alivio a las sequias que hubo en el pasado. Sin que ella lo supiera, cuando me ponía de rodillas en aquellos reclinatorios con apenas seis años, hizo que germinara en mí una semilla que, a día de hoy, sólo hace crecer y crecer. Por eso aprovecho estas líneas para agradecerle que hoy mi amor hacia Nuestra Madre sea tan inmenso.

Soledad también significa para mi una fecha destacada, trece de noviembre del año 2012. Unos inquietos jóvenes llenos de amor hacia la Soledad querían formar parte activa de la Hermandad y decidieron que era el momento de formar un Grupo Joven. A partir de ese momento, la Cuaresma se volvió aún más especial y esperada si cabe. Éramos apenas unos críos llenos de energía con muchas ideas y ganas de ayudar. Mi agradecimiento a cada uno de los componentes que forman o han formado el Grupo Joven siempre será eterno, porque han sido los causantes de que mi camino nunca se separe de Nuestra Patrona, y sobre todo a nuestra Hermandad, que desde primera hora nos acogió bajo sus alas y nos enseñó todo lo que sabemos a día de hoy.
Inevitablemente, Soledad significa Viernes Santo. Ambos van de la mano, aunque la situación que actualmente vivimos opine lo contrario. Y es que no habrá nada más cantillanero y más de Viernes Santo que, acompañado de tus padres o tus abuelos, dejar al Hijo en San Bartolomé para subir hasta la Soledad a visitar a la Madre. La avenida que lleva su nombre, con aroma de azahar, es un revuelo de gente que camina en un solo sentido. En la ermita, tres pasos esperan a los cantillaneros. En un lado, San Juan y la Magdalena están junto a la cruz en la que Jesús acaba de expirar. Al otro lado, el Hijo de Dios se encuentra yacente en el sepulcro franqueado por velas color tiniebla. Y en el centro, bajo palio juanmanuelino y adornada de rosas y crisantemos, nuestra Patrona recibe a su pueblo. Como respuesta de amor y fe a Ella, miles de lazos con nombres, promesas y peticiones irán llenando, una a una, las velas que acompañarán a la Soledad en su salida procesional.
Pero, aunque Soledad signifiquen tantas cosas, el año pasado por estas fechas Soledad significó, más que nunca, soledad. La soledad de un templo que, a diferencia de los años anteriores, no se encontraba lleno de monaguillos inquietos, nazarenos que esperaban cumplir sus promesas o una Junta de Gobierno que, en algunas ocasiones, se veían obligados a tomar una decisión dura, pero siempre acertada. Que sí, que han sido muchos los años en los que Nuestra Patrona no ha podido salir por las calles de su pueblo debido a las inclemencias meteorológicas. Inclemencias más propias del Viernes Santo de lo que a los soleanos nos gustaría. Pero nada tan duro como lo que vivimos el año pasado, porque no estábamos allí, en su ermita, junto a Ella y junto a nuestros hermanos. No pudimos abrazarnos, no pudimos decirnos unos a otros que así era como ella lo había querido, no pudimos rezar juntos y Ella no pudo escuchar como su pueblo entonaba Augusta Reina de Cantillana.

Pero llegó un nuevo Viernes Santo, el Viernes Santo del regreso a sus plantas y de la esperanza de que, poco a poco, todo volverá a ser como era antes. Este año, donde la situación todavía resulta amenazante, Nuestra Patrona no podrá procesionar por las calles de Cantillana, pero nosotros, sus hijos, volveremos a subir la avenida para estar junto a Ella, para pedirle por todos los enfermos y por aquellos que ya se encuentran en el Reino de los Cielos. Y, aunque a priori resulte contradictorio, este Viernes Santo será más Viernes Santo que nunca, porque la ermita se convertirá en el mismo Gólgota y Jesús será descendido de la cruz en la que murió por nosotros. Y aunque este año, Madre nuestra, tu pueblo no pueda cantarte María Soledad a las puertas de su templo, tus hijos “te acompañamos en tu dolor y en tu pasión”.
Por Cristina López Ríos
Fotografías: Javier Vázquez Fortúnez
Grupo Joven Hdad. de la Soledad