09/11/2023

MARÍA, CAMINO DE RECONCILIACIÓN

El 27 de octubre de 1986, el papa San Juan Pablo II tuvo la intuición de reunir a los líderes de las religiones mundiales para rezar por la paz en el mundo, “unos al lado de los otros”. Dicha iniciativa se fraguó con un Encuentro y Celebración, sin precedentes, en la ciudad de Asís, en la Basílica de Santa María de la Porciúncula. Allí se hizo posible juntarse para orar, desde la propia experiencia religiosa, al Dios de todos por la paz de nuestro mundo.

El encuentro de Asís, aquel 27 de octubre de 1986, marcó el inicio de un nuevo modo de encontrarse y de reencontrarse entre creyentes de religiones diversas: en la búsqueda mutua de un diálogo constructivo en el que, sin caer en el relativismo ni en el sincretismo, cada uno se abra a los demás con estima, siendo todos conscientes de que Dios es la fuente de la paz. Permitidme usar una expresión de san Pablo apóstol: “Él es nuestra paz” (Efesios 2, 14). Entonces el mundo estaba dividido en dos grandes bloques, con la pesadilla de una guerra nuclear.

Aquel gesto profético fue, no sólo para pedir un cese del fuego de los conflictos que ensangrentaban, y aun ensangrientan al planeta, sino el comienzo de un itinerario donde las religiones pudieran conducir a los pueblos a la reconciliación y el diálogo. El “Espíritu de Asís” en estos 37 años ha caminado con la historia.

Por eso, el pasado viernes 27 de octubre (coincidiendo con esta histórica jornada de “El Espíritu de Asís”) el Papa Francisco convocaba e invitaba a todo el Orbe Católico y a hombres y mujeres de buena voluntad a Orar por la Paz en el marco de una Celebración Comunitaria con el Rezo del Santo Rosario y la Adoración Eucarística, que aquí en Cantillana la Comunidad Cristiana Local lo llevamos a cabo en la histórica iglesia de la Misericordia.

La Iglesia Universal unida en Oración por el don de la paz en la que ha pedido a la Santísima Virgen María su poderosa intercesión. «Tú, Reina de la paz, sufres con nosotros y por nosotros, al ver a tantos de tus hijos abatidos por los conflictos, angustiados por las guerras que desgarran el mundo».

En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la “brújula” de los principios sociales fundamentales pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común. Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Faro y Guía, Madre de la Esperanza, Reina de la Paz. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y acogida. No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada, sino comprometámonos cada día concretamente para «formar una Sociedad compuesta de mujeres y hombres que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros».

María está siempre atenta para traer al mundo la alegría, la paz y la reconciliación. Ella nos conduce hacia Dios, y con sus ruegos amorosos intercede por nosotros. Elevemos hacia ella nuestros corazones para que nos ayude a reconciliarnos, cada vez que nos alejemos del amor de Dios. Dirijamos a Ella nuestros ojos para implorarle por la paz; a Ella, que sólo tiene cabida en su corazón para la paz y el perdón.

En esta hora de oscuridad, nos sumergimos en tus ojos luminosos y nos confiamos a tu corazón, que es sensible a nuestros problemas y que tampoco estuvo exento de inquietudes y temores. La Santísima Virgen María fue valiente y audaz en sus pruebas y que confió en Dios y respondiste a la preocupación con la solicitud, al miedo con el amor, a la angustia con la donación. En los momentos decisivos no retrocediste, sino que tomaste la iniciativa: fuiste sin demora a ver a Isabel, en las bodas de Caná obtuviste el primer milagro de Jesús, en el Cenáculo mantuviste unidos a los discípulos. Y cuando en el Calvario una espada traspasó tu alma, tú, mujer humilde y fuerte, entretejiste de esperanza pascual la noche del dolor. 

Por otro lado, desde este espacio de “Passio Naevensis” pido a la Santísima Virgen María «tome una vez más la iniciativa en favor nuestro, en estos tiempos azotados por los conflictos y devastados por las armas. Vuelve tus ojos misericordiosos a la familia humana que ha extraviado el camino de la paz, que ha preferido Caín a Abel y que, perdiendo el sentido de la fraternidad, no recupera el calor del hogar. Intercede por nuestro mundo en peligro y en confusión. Enséñanos a acoger y a cuidar la vida, ¡toda vida humana! y a repudiar la locura de la guerra, que siembra muerte y elimina el futuro»

REINA DE LA PAZ, María, muchas veces has venido a nuestro encuentro, pidiéndonos oración y penitencia. Nosotros, sin embargo, ocupados en nuestros asuntos y distraídos por tantos intereses mundanos, hemos permanecido sordos a tus llamadas. Pero tú, que nos amas, no te cansas de nosotros. Tómanos de la mano, guíanos a la conversión, haz que volvamos a poner a Dios en el centro. Ayúdanos a mantener la unidad en la Iglesia y a ser artífices de comunión en el mundo. Recuérdanos la importancia de nuestro papel, haz que nos sintamos responsables por la paz, llamados a rezar y a adorar, a interceder y a reparar por todo el género humano. Solos no podemos lograrlo, sin tu Hijo, Príncipe de la Paz no podemos hacer nada. Pero tú nos llevas a Jesús, que es nuestra paz. Por eso, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros recurrimos a ti, buscamos refugio en tu Corazón inmaculado. Imploramos misericordia, Madre de misericordia; suplicamos paz, Reina de la paz. Mueve los corazones de quienes están atrapados por el odio, convierte a quienes alimentan y fomentan conflictos. Enjuga las lágrimas de los niños, asiste a los que están solos y son ancianos, sostiene a los heridos y a los enfermos, protege a quienes tuvieron que dejar su tierra y sus seres queridos, consuela a los desanimados, reaviva la esperanza. 

REINA DE LA PAZ, aurora de la salvación, abre resquicios de luz en la noche de los conflictos. Tú, morada del Espíritu Santo, inspira caminos de paz a los responsables de las naciones. Tú, Señora de todos los pueblos, reconcilia a tus hijos, seducidos por el mal, cegados por el poder y el odio. Tú, que estás cerca de cada uno, acorta nuestras brechas de separación. Tú, que tienes compasión de todos, enséñanos a hacernos cargo de los demás. Tú, que revelas la ternura del Señor, haznos testigos de su consolación. Tú, Reina de la paz, Santísima Virgen de la Soledad, derrama en los corazones la armonía de Dios

Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla. Comprometámonos con nuestra oración y acción a ser personas que aparten de su corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir una sociedad sin violencia. Todos podemos y debemos ser artesanos de la paz.

Concluyo con esta breve pero densa oración dirigida al Dios de la Misericordia, Dios de la Paz, del Papa Francisco:

"Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz. Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz. Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre "hermano", y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén”.

En Cantillana a 31 de octubre de 2023
Fray José Antonio Naranjo Oliva, Franciscano