El Jueves Santo es uno de los días más especiales en el año para mí, es el día de mi Hermandad del Consuelo. Cada año recuerdo el primero de los que vestí la túnica de nazareno, que fue en 2004, una vez se incorporaron el cuerpo de nazarenos a nuestra cofradía. Desde ese año hasta 2019 no he faltado a dicha cita con mi hermandad y con mi virgen del Consuelo, y sin lugar a dudas una vez las circunstancias no lo permitan, volveré a vestir mi capa blanca y antifaz morado.
La estación de penitencia es momento de rezo, reflexión y recogimiento, y por supuesto a la misma vez devoción y amor por los titulares a los que vamos acompañando, como en mi caso en a mi Virgen del Consuelo y a San Juan Evangelista.
La Semana Santa de 2020 fue bastante dura para todos los que nos consideramos cofrades, pero en especial el día más duro fue el Jueves Santo. Desde que amaneció comencé a recordar y a vivir en mi mente lo que sería un jueves santo “normal”, el acercarme desde bien temprano a San Bartolomé, verla lujosa en su paso de palio y ponerle la vela de promesa que todos los años le pongo en nombre de mi familia.
Al igual que la tarde, me acordé cada minuto de mi bendita madre y de donde se encontraría en ese momento si hubiese salido a la calle. Pero ella estaba en San Bartolomé, cuidando a todos sus hijos de Cantillana.
Este año me encontraré allí, cercano a ella como cada Jueves Santo y mis rezos serán los de siempre, le pediré salud, para que me permita acompañarla muchos jueves santos más.
Por José Miguel Martín Hernández
Fotografías: Hermandad del Consuelo
José Miguel Martín Hernández