31/03/2021

LLENOS DE LA MISERICORDIA DE DIOS

Y de pronto la vida nos hizo cambiar, una pandemia acechaba al mundo, inmersos en plena Cuaresma, con el alma repleta de entusiasmo, de ganas, de peticiones cumplidas, de gratitud, de promesas por cumplir...

Quien nos iba a decir, que serías tú, Señor, el que saliera a bendecir nuestro pueblo por última vez en tu Vía Crucis, antes de todo ésto.

Siempre tu voluntad Dios mío, en tus manos siempre...

Llegó aquel Miércoles, el más Santo de todos, y la distancia y las restricciones domiciliarias de aquel confinamiento nos impedían ir a verte, pero no sentirte...

Nos arrebató tantos sentimientos, nos quitaron por culpa de la pandemia a seres queridos, amigos, hermanos y vecinos que ya gozan de su eterna gloria en el cielo, nos arrancó tantas lágrimas como gotas de cera derraman los cirios rojo sacramental cuándo en esa mágica noche recorren siguiendo tus pasos y los de tu madre las calles de nuestro pueblo.

Nos robó miradas, miradas de fe, de angustia, de soledad, de promesas, esas miradas que año tras año en la oscuridad de tu templo se transforman en luz bajo el antifaz y que sabemos con certeza llegar a reconocer sin que nuestros hermanos se descubran el rostro.

Nos impidió de esos previos, inquietantes y nerviosos en el patio de la Iglesia, de abrazos verdaderos de hermanos, de esos reencuentros que ocurren cada Miércoles Santo, hermanos que a veces solo vemos allí, en la cita fiel y obligada para el alma que tenemos los de la Sacramental.

El ritual previo de vestir la túnica, en casa, que de las manos de nuestras madres van puestas con tanto amor y cariño.

Nos enmudeció el bullicio de los más pequeños que formando su tramo en el altar de la Virgen del Pilar, esperan nerviosos que la Cruz de Guía avance hasta el dintel de la puerta para que todo comience.

Nos faltó el rezo con el rostro cubierto minutos antes de salir, tan profundo y tan íntimo, imposible de explicar, las palabras de nuestro Párroco y el abrazo de nuestro hermano mayor.

La inquietud previa en la reunión de los diputados, la experiencia de los encendedores, la alegría propia de la juventud del cuerpo de acólitos y monaguillos, las palabras de ánimos de nuestros capataces, el respeto de los costaleros preparando con cariño y esmero su ropa, las sabias palabras de los más veteranos con las que tanto se aprenden, el quejío hondo y profundo de la magistral saeta justo a la salida, en el momento exacto en el que nuestro Cristo, nuestro Dios pisa el umbral de la Parroquia, nos faltó el rachear de las zapatillas, las notas musicales del trío de capilla, la reliquia de nuestra Santa, siempre en unas manos que agradecidas por su intercesión las sujetan con el mayor amor y respeto, nos quitaron la visita al Sagrario antes de hacer la estación de penitencia, la Eucaristía de media tarde, el acto de confesión, nos faltó seguir sumando vivencias llenas de amor, misericordia y caridad, nos arrebataron más de los que podíamos imaginar, pero el alma, el alma misericordiosa se llenó más de tí que nunca, Señor.

Te sentí tan cerca mi Cristo amado, te noté conmigo durante todo el día, pero cuando la noche cayó, y en casa comenzamos a rezar el Vía Crucis, todos juntos, con el cordón puesto, con la vela encendida en tu cuadro, me transporté a tu pecho, me recosté en tu llaga, me recreé en la perfección de tu rostro, te acaricié la frente, te lloré, te pedí, te agradecí, te abrí mi corazón y no hubo nada en ese instante que oscureciera la magnitud de tu alma, de tu día, de tu amor infinito e inexplicable, de tu Misericordia, justa y verdadera, de tu dolor, de tu cuerpo, herido y sangriento, ese que vino a salvarnos...

Ayúdanos Señor, ayúdanos a sobrellevar esa nostalgia que hoy invadirá nuestras almas, ayúdanos a coger nuestra Cruz y seguirte, a ser mejores personas, a saber atravesar el camino que a veces está lleno de espinas, a predicar con el Evangelio, a poner la otra mejilla, a hacer Caridad con el necesitado, a ayunar de malas obras, ayúdanos a sentir tu amor dentro, muy dentro de nuestra alma, a ser misericordiosos, pacientes, humildes...

Y a celebrar con gozo que el Domingo resucitarás para gloria y salvación de todos.

Señor, en la llaga de tu costado, por siempre...

Por Pastora Mª Palma Vega

Fotografías: Mª José Palma Vega
Pastor Mª Palma Vega 
Jesús Lozano Delgado