"Mírame, mírame dulce Jesús mío para poder ver en el dolor de tu mirada los recuerdos de lo vivido. Mírame y transpórtame a otro tiempo lejano, a otro tiempo distinto. Llévame a los recuerdos de cuando tan solo era un niño".
La noche cerrada en la oscuridad más profunda, hace de Cantillana un verdadero reguero de devoción convertido en un vía crucis por donde Jesús Nazareno caminará sobre un mar de fe. Canastilla que se vuelve barca, cruz que se vuelve red, su cara, sus manos y sus pies, que se vuelven luz esperanzadora.
La Teología popular, el sentir, el vivir la tradición, hace que cada año las calles del pueblo retornen a la austeridad de tiempos pasados, de siglos deshojados bajo la lúgubre bóveda del cielo, haciendo de ello el rito y la oración.
El impulso del amor de Dios nos lleva un año más a vivir en hermandad a un pueblo unido por entero a su Señor, aquel que abraza la cruz como si no pesara, como si se tratara de flores frescas que brotan de sus delicadas manos, como signo de glorificación anticipada ante el madero de la tortura.
Soñamos con ver salir a Jesús, el Nazareno, entre la gente como si fuese uno más de nosotros, tanto que hasta sus pies podemos besar continuamente. Y no volverá a sonar el llamador, ese sonido que hace elevarlo entre las estrellas del firmamento, que hicieran elevarlo cual rey sobre su trono.
Serán dos años ya sin poder admirar la belleza sublime del Señor bajo la luz de la Parasceve, la luna que causa la mayor de las ilusiones en el corazón y el alma del cofrade. Pero este año será diferente, nos hará disfrutar de una forma atípica a la vez que nos hará olvidar por un momento lo vivido en pasado 2020, año que quedará marcado en negro para la historia de la humanidad.
No, el Señor no podrá cruzar las calles que lo vieron pasar tantos años. Crucemos nosotros esta vez esas veredas que nos guían hasta, el que es, el Rey de reyes. Nuestro Padre nos espera.
Por Jesús Quintana Pablo
Fotografías: José Mª Naranjo Ortiz